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Las Voces de las Víctimas

Gustavo Manzur Orozco.

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Jueves 13 de mayo, 2010, 1pm. Me dirigía hacia la oficina, para empezar mi ruta de visitas vespertinas, saliendo de Alajuelita, justamente en el centro del puente que comunica a esta comunidad con el centro de la capital, un conductor ebrio, invadió mi carril y me colisionó de frente, el impacto me hizo chocar con el parabrisas del auto, su techo y caer en un río de una altura de aproximadamente 8 metros.

Como jefe del departamento de servicio técnico de ATM Comercial, mis labores se centraban en la instalación, capacitación, mantenimiento y asesoría en equipos de impresión, labor que conlleva el desplazamiento diario a la visita de clientes. Por tal razón y con el afán de dar mejor servicio a nuestros clientes, me desplazaba en una moto, para lograr menor tiempo de respuesta a las necesidades del cliente final.

A los 32 años recibí un reto de un gran amigo a participar en La Ruta de los Conquistadores, competencia que consta en cruzar en 3 días el país de costa a costa, el entrenamiento para tal competencia, desarrolló en mi gran pasión por andar en bicicleta.

Desarrollé gran gusto por las competencias tipo maratón para el 2010, decidí participar en otra competencia de 5 días de duración. Tomada la decisión entrené fuertemente, como nunca lo había hecho, logré ir consiguiendo mejores resultados en mi preparación, al punto de sentir que estaba en el mejor estado físico de mi vida. El día 12 de mayo terminé de entrenar para dicha competencia, imponiendo el mejor tiempo que había logrado jamás en una ruta montañosa que usaba para entrenar, sin saber que al día siguiente, estaría luchando por mi vida…

Mediante el deporte logré imponerme disciplinas, las cuales traté de permear en mis 2 pequeños hijos y señora, levantándome a las 4 de la mañana todos los días, entrenando hasta las 630, para luego desarrollar mis jornadas laborales, hasta las 6pm. Tal disposición me permitía mantenerme en excelente estado de salud, dinámico y con la claridad suficiente de que no existían excusas ni obstáculos para lograr lo que tenía en mente. Comprendí desde muy joven que no me podía dar el lujo de rendirme ante las adversidades de la vida, que no importara el como, pero que debía de continuar a como diera lugar.

Recuerdo que continuamente le recordaba a mi esposa lo importante que es darse a la vida con entrega total, pues ni ella o yo sabíamos que nos iba a deparar el futuro, si algún borracho me atropellaba, palabras que se convirtieron en realidad el 13 de mayo del 2010.

Al trabajar en la empresa de la familia, tengo la responsabilidad de cumplir no solo con mi trabajo, sino con las expectativas profesionales de mi padre, quien a punto de genuino esfuerzo a logrado tener un muy respetado nombre en el ambiente laboral en el que se desarrolla. Desde el momento en el que se dio la oportunidad de entrar a su empresa, sabía que todas las miradas de sus subalternos estarían sobre mi, al ser de conocimiento de todos que su silla sería la en algún momento. Nuestra relación se caracterizó hasta ese día, como fría y distante, sin que entre nosotros mediara mayores muestras de afecto.

Cobre conciencia 5 días posteriores al accidente, viendo a mi alrededor equipos de médicos, vías intravenosas, yesos, sensores cardiacos, bolsas de antibióticos, suero, analgésicos y más, sin saber el por qué estaba ahí. En ese momento, supe que estaba metido en un gran problema, del que no sabía salir solo, situación completamente atípica para mi, pues siempre me consideré humanamente invencible y lo suficientemente astuto para salir de cualquier problema. Postrado en una cama sin poderme mover o tan siquiera hablar me sentí indefenso, vulnerable y a la merced de mi suerte.

Durante este largo día recordé haber escuchado un frenazo, sentir agua en todo mi cuerpo y de responder las preguntas del bombero que me rescató del río. Esperé ansiosamente la hora de la visita, prevista para las 4 de la tarde, con la gran interrogante del qué me había pasado.

Durante la agónica hora fueron entrando uno a uno mis seres queridos los cuales me fueron narrando lo qué me había pasado. En la mirada de cada uno de ellos podía ver su sincera preocupación, al estar advertidos de mi crítica situación, por tener un aneurisma en la aorta, gracias al impacto, esto sin contar las fuertes lesiones óseas que presentaba en el lado izquierdo de mi cuerpo.

Pregunté a Pilar mi esposa el cómo estaban David e Isabella, de los cuales, según yo, me había despedido el día anterior. David, el mayor, lloraba constantemente mi ausencia, sin encontrar consuelo en las respuestas que le daba mi esposa, sobre mi condición.

Siendo el proveedor de mi casa y al estar en el hospital durante 45 días, mis ingresos se vinieron al suelo, así como también el negocio que tenía junto con mi esposa, quedando a merced de los ingresos por incapacidad del seguro social costarricense en caso de accidentes. Aún hoy, dos años y medio después del accidente, sigo pagando el debacle económico que tengo, sin contar todos los gastos médicos que de ahora en adelante se presentarán, como el remplazo de tobillo, cadera, terapias y demás.

Estando en cuidados intensivos, recibí por parte de una enfermera un sabio consejo “vivir un día a la vez” así como uno de mi padre, quien armado de un gran valor me dijo: Sufriste un accidente total, tu reto consiste, en poner todas las piezas en su lugar de nuevo y mejor que antes…. Frase que repitió cada uno de los días que me visitó en el hospital y que aún hoy me la recuerda. Gracias a la orientación de mis seres queridos y a mi disposición de nunca darme por vencido, permanecí con la moral intacta hasta el día de hoy.

Viendo mis lesiones comprendí que de ahí en adelante no sería el mismo, que yo escogía si mis lesiones eran compañeras de vida agradables o insoportables para el resto de mis días. Por lo que la primera opción fue hacerlas mis consejeras, atendiéndolas con dedicación en procura de me dejaran volver a ser lo más cercano a lo que yo era.

Desde ese momento entendí que debía de echar mano de cada una de las oportunidades que se me presentaran en la vida, que yo dependía de cada una de las personas que tenía al alrededor, desde quien limpiaba el piso del hospital, hasta el doctor, mi esposa, mis hijos, padre y de mi dedicada madre.

Recibí las mejores atenciones posibles del seguro social en Costa Rica, sin embargo para el caso del tobillo, fueron escazas, al no haber especialistas para un caso como el mio, donde la base de la tibia debía ser reconstruida para poder recibir una prótesis en el futuro, supe que no me amputaron el pie, solo por que no había habido una lesión expuesta. Debido a las lesiones, me tomó 90 días regresar a mi hogar, pues mi casa no estaba preparada para las dificultades que tenía de movilización.

Encaré el proceso de rehabilitación con un tutor externo, incorrecto y mal puesto, sin tener por parte de los doctores del seguro una respuesta confiable y acertada sobre el procedimiento correcto a seguir en mi caso.

Debido a la negativa de nuestra compañía de seguros laborales y con recursos de mi familia, logré una operación por parte de un especialista europeo quien me abrió la posibilidad de recibir un remplazo de tobillo al cabo de dos años de la primera cirugía. Todo esto sin contar que en un plazo muy cercano debo realizarme un remplazo de cadera izquierda, pues la lesión comprometió el acetábulo izquierdo.

Durante mi permanencia en el hospital, las autoridades costarricenses hacían lo básico poniendo en riesgo mi caso, pues la autoridad que se apersonó al accidente, no reportó completamente lo acontecido poniendo en riesgo el proceso penal contra el conductor ebrio, por lo que hubo que presentar muchos reclamos para lograr una acción contra el agresor, pues se refugió en un portillo de la ley, indicando que era un alcohólico anónimo para burlar la cárcel. Al momento se encuentra en fuga, pues no se presentó ante la autoridad a la audiencia indicada.

Reconozco sentir gran tristeza y ansiedad al saber en las noticias sobre personas que han sufrido accidentes como el mío a manos de choferes en estado de ebriedad. El ver mis capacidades físicas disminuidas, ver que ahora tengo que lidiar con problemas que fueron ajenos y lejanos, el solo pensar que a los 60 años me veré con más problemas de los propios de la edad, me genera gran preocupación sobre el cómo les haré frente.

Me irrita saber que quien me ocasionó este incalculable daño, está libre, disfrutando de una vida que no le corresponde, que le puede causar el mismo o peor daño a alguien más, es sencillamente devastador y ahí es donde yo quisiera saber por que las autoridades reaccionan tan lento, o su castigo es tan benevolente con aquel particular que no lo pensó dos veces antes de conducir un auto en estado de ebriedad.

Gustavo Manzur Orozco

Cédula 8 0050 0218

Edad en el momento del accidente 39 años.

Por este medio medio doy mi consentimiento para el uso de este relato personal, así como de las imágenes que le correspondan.